Por las calles de Pereira en el departamento de Risaralda deambulaba Albeiro, un muchacho de unos 7 años, mal vestido y que caminaba de un lado para otro perdido, como buscando entretener el hambre y la miseria que lo envolvía desde que nació. No contaba con un hogar fijo, su mamá que era una prostituta, rentaba una pieza con el poco dinero que le quedaba en cualquier parte donde pudiera descansar y tener a sus cinco hijos. No podía hacerse cargo de ellos así que cada uno tenía que rebuscarse cualquier cosa para calmar el hambre. A Albeiro le tocaba en ocasiones, más bien en muchas ocasiones, buscar comida para sus hermanos, era algo que hacía casi por instinto como entendiendo, en ese entonces, que era su responsabilidad. Muchas veces se las ingeniaba para hurtar al menor descuido de su dueño alguna fruta o lo que fuera. Le gustaba mucho merodear la plaza de mercado y era casi rutina pues allí, entre la muchedumbre, le era más sencillo atrapar cualquier cosa que quedara a la mano y fuera de la atención de su dueño y lo que era mejor, escabullirse entre la gente. El mejor día era el domingo, en donde se acostumbraba ir a la plaza a hacer el mercado para la semana.
A punto de necesidad se volvió un experto “jalador”, a tal punto que fue ganando fama y respeto entre aquellos que compartían su misma miseria.
No supo quien era su padre, nunca lo necesito, pensaba él pero la falta de esa figura lo hizo crecer sin ley, ni respeto por nada ni por nadie. Cuando quería algo simplemente lo tomaba. Pronto se dio cuenta que ya no era un niño y que en más de una ocasión ya no le quedaba fácil robar como antes.
Empieza una dura etapa en su vida, una de tantas que tuvo que sufrir como si no fuera nada lo que había vivido ya en su corta edad. Fue la etapa de aguantar hambre, la de pasar días sin comer y eso que no era exigente pues muchas veces había pasado sus días solo con aguadepanela. Se fue volviendo cada vez más flaco y su mamá no aparecía en días por la casa.
De todos los hermanos que Albeiro tenía, él sentía un aprecio especial por su hermanita menor que para ese entonces tenía cerca de 3 años. El cuidaba de ella más que de los demás hermanos pero ahora ya no podía cuidarla como antes y eso lo afectaba mucho claro que no tanto como algo que sucedió exactamente el día del cumpleaños de la niña y que lo marcaría para toda su vida.
Ese día su mamá vistió a la niña con el mejor vestido que tenían y todos pensaron que iban a ver una bonita celebración de cumpleaños con pastel y todo, sin embargo la historia iba a ser otra. Albeiro, la niña y su mamá salieron rumbo a la terminal de buses para emprender un viaje. Se dirigieron a un pueblo cercano, distante a unas 2 horas y media de donde vivían pero que a su edad era lo más lejos que habían viajado en su vida. Ninguno hablaba, quizá por la expectativa, la emoción o sencillamente como si previeran lo que iba a suceder. Se bajaron una vez llegaron al pueblo y empezaron a caminar por las calles empolvadas bajo un calor sofocante característico del clima del lugar. De un momento a otro, la mamá se acercó a una casa muy bonita, una de las más bonitas del pueblo y que tenía una gran reja blanca que cubría todo el frente de la casa. Abrió la puerta y le dijo a la niña que la esperara allí sentada en el pasillo anterior a la puerta de la casa pues tenía que ir a otro lugar y que volvería más tarde. La niña obedeció sin mediar palabra como era su costumbre – a lo mejor le iban a traer su sorpresa de cumpleaños.
Albeiro y su mamá se dirigieron hacia el terminal de buses del pueblo y emprendieron el viaje de regreso hacia la casa y él ya no tuvo más noticias de ella. Mientras partían él no dejaba de pensar en la niña y se imaginaba como la niña estaba allí sentada esperando a que regresaran. No sabía que iba a suceder con ella, quien la cuidaría, quien la iba a alimentar, eran muchas preguntas y mucha preocupación la que lo asistía pero así y todo él no se atrevía a cuestionar a su mamá pues temía que ella lo castigara. De ahí en adelante perdería todo contacto y rastro de la niña, jamás hablaron de lo sucedido y no se supo que pasó con ella.
Pasó el tiempo y con el impacto de tantos sucesos y la tristeza que sentía por la ausencia de su hermanita, por esas cosas del destino, que entre otras cosas es el seguro de quienes viven en la calle, cae en las drogas. Ya contaba con escasos 10 años y era casi un experto en conseguir cuanta cosa pudiera ingerir para evadirse de su dura realidad. Pasaba todo el tiempo ingiriendo y cuando nó, aspiraba sacol, un pegante amarillo que al aspirarse calma el hambre y los dolores a costa de ir destruyendo el cerebro, cosa que no importaba pues no era mucha la diferencia entre vivir y ser un zombie. Pasaron así varios años deambulado por todos lados y cada vez más sumido en las drogas. Hizo de todo para conseguirla, reciclaba, pedía limosnas y hasta robaba.
Un día su mamá se enfermó. No sabía de qué pero sabía que era grave pues los dolores que ella sentía eran insoportables y no dejaba de llorar. Como pudo la llevó al hospital y no pasó mucho tiempo para recibir la noticia fatal de su muerte. Claro que en su agonía ella lo había hecho comprometerse con dejar las drogas.
Era tan fuerte su adicción que esto lo llevó hasta vender las pocas cosas que poseían para comprar droga. Lo había vendido casi todo y lo último que le quedaba era un cuadrito del señor de los milagros al que él llamaba el negrito. El Señor de los Milagros es un Cristo que fue encontrado en un rió por una lavandera y que con el tiempo fue aumentando su tamaño y que debe su color negro a que se quemó en un incendio. Desde entonces es el patrón de una pequeña población al sur occidente de Colombia y que muchos le atribuyen incontables milagros.
Pues bien, esa era quizá la única y última compañía que le quedaba a Albeiro. Lo dudó mucho, pero era quizá la única opción que le quedaba para conseguir algo de dinero para trabarse. Camino a venderlo, se detiene por un momento y en un repentino signo de fe – aquella que nunca había tenido antes – se queda mirando al negrito y le dice. “usted dizque hace milagros así que sálvese de este problema y sálveme a mi del mío”. Prosiguió su camino a la prendería y antes de llegar por estas cosas de la fe, se encuentra $ 2,000 que era lo mismo que él pensaba le iban a dar por el cuadro. Se sorprendió tanto que de inmediato se dio vuelta y no lo vendió. De ahí en adelante el cuadro lo acompañó siempre.
Claro que su vida no cambiaría por este suceso ya que tuvo que enfrentarse a la dura vida que lo esperaba. Llegó a límites tan desesperados que incluso llegó a ser un temido sicario tan famoso que tenía su propia fosa donde enterraba a algunas de sus víctimas.
De vez en cuando acudía a su vieja profesión de ladrón en la plaza de mercado como lo hacía de niño. Esto no siempre sería así pues un día Roberto, un vendedor de verduras, cansado de ver que nadie hacía nada, lo denunció ante la policía por lo que fue puesto preso y pasó varios años en la cárcel.
Cuando salió de la cárcel entre sus contactos supo quién lo había “zapeado”. Lo buscó y lo amenazó de muerte. De ahí en adelante Roberto no sería el mismo pues sabía de la peligrosidad de Albeiro por lo que por cerca de seis meses no salió de su casa temiendo cumpliera su amenaza. Durante ese tiempo como para mitigar su auto-encierro y alejar su preocupación, mandaba a comprar aguardiente al punto de volverse un borracho empedernido. Se la pasaba borracho casi todo el tiempo hasta que empezó a perder la lucidez y no le importaba ni su propia seguridad, por lo que a veces llegó hasta salirse de la casa y perderse por varios días.
Un día la esposa de Roberto, cansada de esa situación lo llevó a una fundación que ayudaba a personas adictas y cuál sería la sorpresa de Roberto al ver a quién lo recibía. Parecía que había visto al mismísimo Lucifer, se paralizó, se puso blanco, pálido. No lo podía creer, pensaba que era una pesadilla pero no, era todo real. Era nada más y nada menos que el mismísimo Albeiro.
Resulta que en ires y venires, Albeiro se había encontrado con un grupo de ayuda a drogadictos por lo que cansado de su vida decidió darse un chance y dejarse ayudar. Eran ya 8 meses de estar en proceso de recuperación en la fundación, cuando llegó su verdugo. Sin embargo, ya Albeiro casi recuperado y habiendo sanado sus heridas y de reconciliarse con la sociedad y con Dios, era el encargado por Alejandra, la directora de la fundación de recibir a los nuevos.
De ahí en adelante, serían buenos amigos Roberto y él. Claro que a Roberto no le sirvió mucho este proceso y se retiró y aún continúa en sus días de borrachín. Por el contrario Albeiro permanecería por varios años recuperándose y siendo útil a la sociedad.